El Samsara está en nuestras mentes, y el Nirvana está en nuestras mentes. Todos los placeres, alegrías, miedos, sufrimientos, preocupaciones e ilusiones están también en nuestras mentes. Las percepciones forman parte también de los contenidos de nuestras mentes.
Si no conseguimos reconocer lo que surge en la corriente subyacente, término acuñado por Rob Nairn, entramos en un bucle de pensamientos, emociones y sensaciones corporales. Con la práctica de Mindfulness aprendemos a no apegarnos a ellos, a no rechazarlos. Los observamos sin distracción desde el amplio espacio de nuestra conciencia y después, los dejamos ir, como si observásemos nubes en el cielo. Si perseveramos, gradualmente iremos logrando observar a nuestras mentes. Esta es la base de la práctica de Mindfulness.
Si además somos disciplinados, los pensamientos y las emociones se irán silenciando, disolviéndose en la naturaleza de la mente. Cuando esto ocurre, si hemos creado las condiciones necesarias en nuestra vida diaria y en nuestra práctica, por unos instantes indescriptibles podremos vislumbrar la naturaleza de la mente, su estado primordial. Y si antes de esta experiencia meditar era un camino, a partir de este punto se convierte en el viaje más apasionante e importante de nuestras vidas.
La realidad relativa -samsara- se compone del mundo de la materia que percibimos a través de los cinco sentidos y de los objetos mentales, los contenidos de la corriente subyacente: pensamientos, emociones, sensaciones, anhelos, percepciones, hábitos, y nuestro sistema egocéntrico de preferencias. Es el mundo convencional en el que vivimos.
La realidad absoluta -nirvana- o verdad última existe más allá de la realidad relativa. El despertar es reconocer esta verdad última.Es difícil explicar qué es o cómo es la realidad absoluta porque tanto el lenguaje como el pensamiento intelectual pertenecen a la realidad relativa. Lo mismo podríamos decir de la comprensión intelectual, es parte de la realidad relativa y no puede llevarnos hacia la realidad absoluta.
Vivimos en los bordes de la mente, como explica el psiquiatra Daniel Siegel, y desde este nivel de atención nos quedamos fascinados con la realidad relativa. La práctica de meditación y la compasión por todos los seres, son como las dos alas de un pájaro. Ambas son necesarias y nos llevan hacia la realidad absoluta, habiendo pasado previamente por el desarrollo de insight, una cualidad de nuestra mente que se va desarrollando sóla con la práctica. Es así como trascendemos progresivamente la realidad relativa hasta llegar a experimentar directamente la realidad absoluta.
Comenzamos las prácticas de meditación cerrando las puertas de los cinco sentidos y observando los contenidos de nuestra mente hasta que los trascendemos y comenzamos a ser conscientes del vasto espacio en el que están contenidos.
En nuestra vida diaria, en la realidad física, podemos poner atención plena para interrelacionarnos con atención e intención consciente. De esta manera se van creando brechas desde el centro de la mente hacia sus bordes, y desde el centro hacia niveles de atención más profundos. Desde este punto podemos, un venerable día, percibir a nuestra consciencia y quizá, algún día se unan y podamos dejar de percibir la vida desde la dualidad. A este camino lo denominamos DESPERTAR.
Decía el maestro de meditación Ajahn Chah que nuestras mentes se agitan y no están en paz porque están apegadas a nuestros estados de ánimo. Sin embargo, nuestras mentes son puras, son clara luz. Percibimos algo a través de nuestros sentidos, y surge un estado de ánimo, como la felicidad, el sufrimiento, la ira, el orgullo, la alegría…. Esto es lo que denominamos apego.
Cuando aprendemos Mindfulness estamos aprendiendo a VER, a reconocer estos estados de ánimo a los que nuestras mentes se apegan y en los que nos perdemos contínuamente. Es así como la mente se olvida de sí misma y de su verdadera naturaleza perdiéndose en la realidad relativa. Al apegarnos a los objetos de la mente y a las circunstancias de la realidad física, comenzamos a pensar que somos nosotros los que nos sentimos bien o mal. Perdemos de vista que hay un detonante que provoca un estado de ánimo en el que nos hemos perdido. No vemos que somos mucho más que ese bucle en el que hemos caído.
Cuando practicamos Mindfulness estamos entrenando nuestras mentes para reconocer estos estados de ánimo y para ver los detonantes, con el fin de no perdernos en ello. Es de esta manera como podemos llegar a percibir el estado primordial. Realmente este es el objetivo de la práctica.
Chögyam Trungpa Rinpocheé dijo una vez que la idea de la atención plena sin esfuerzo y ocurriendo de manera espontánea es errónea. Ni despertamos ni nos iluminamos de repente. El despertar depende del proceso y del progreso de nuestro camino espiritual, cada día de nuestras vidas. Depende de nuestro compromiso con la práctica y con quien nos guía; depende de cómo nos relacionamos con los demás, con nuestras parejas, con nuestros hijos, con nuestros padres, con los que no conocemos, con las otras razas, con las otras especies,… ¿los respetamos? ¿o no?; depende de nuestras emociones; de las semillas que regamos y nos riegan en nuestro depósito de conciencia.
Decía Buda que la mente es un campo de semillas y las de la sabiduría, la compasión, la ecuanimidad, la alegría, el inicio del despertar, …. no surgen espontáneamente, vienen tras años de trabajo duro, aprendiendo de los que van por delante de nosotros y practicando, practicando, practicando.
Y cuando en el medio del camino la meditación es un desafío, hay que superar ese desafío. Ese es el camino, y no es fácil. Las dificultades surgen y aprendemos a superarlas, aunque, como dice Pema Chödron, no haya suelo firme bajo nuestros pies.
La meditación es el camino hacia la realidad absoluta, cuando meditamos «correctamente», cuando aprendemos a entrar en estado de meditación. Cuando no meditamos «correctamente», cuando estamos aprendiendo, es un espejo, un reflejo de cómo nos relacionamos con nosotros mismos y con el mundo; un reflejo del momento presente del que podemos aprender mucho. Cuando no meditamos «correctamente» podemos observar nuestras resistencias, nuestros apegos, aversiones, juicios,… los contenidos del momento presente. Observando estas objetos y nuestras reacciones a ellos podemos dejarlos ir. No modificamos nuestra experiencia interior. Modificamos la manera en que nos relacionamos con ella.
Cuando meditamos descansamos en un silencio abismal. Nos estamos comprometiendo con algo que va más allá de nuestra mente pensante. Ya no nos perdemos en ella.
Elena Alfaya Lamas ©